Recuerdo que esa noche me había quedado con los linotipistas diagramando mi columna del diario. Era invierno y se había hecho tarde. Salí pensando en ir a comer algo rápido y después volver a mi departamento y mirar algo de tele.
Recién separado, mi vida social era bastante monótona. Mientras caminaba hacia el restaurante en el que solía cenar, un hombre delgado vestido en forma desprolija se me acercó:
-Buenas noches Prospitti. Se que Ud. es periodista y tengo una historia que le puede resultar interesante. Disculpe que lo haya abordado de esta manera, pero estoy en la mala. Si me invita a comer, se la cuento.
Seguramente, en otro momento, hubiera buscado una buena excusa para negarme a la charla, pero ante la perspectiva de cenar solo y cierta curiosidad que me despertó la propuesta, decidí aceptar el trato.
-Vamos, le dije. Sin pronunciar palabra y con paso veloz caminamos hasta el boliche.
En cuanto nos sentamos el tipo empezó a hablar:
-Me llamo Ramiro Bronzoni. Hace algunos años estudiaba filosofía y participaba activamente en un movimiento de izquierda, luchando por la reivindicación de los derechos estudiantiles. En una de las reuniones que solíamos organizar conocí a Paula, una flaquita de pelo largo y lacio con los ojos verdes más claros que vi en mi vida. Era la mujer mas linda del mundo. Le entregué unos folletos y me puse a hablar con ella. Charlamos un rato largo y la invité a tomar algo. ¿Puedo pedir una napolitana con puré?
-¿Eso le dijo? Cero romanticismo la mina…
-No Prospitti, eso lo digo yo. ¿Puedo pedir una napolitana con puré? Hace un rato que estamos hablando y tengo hambre. Le dije que estoy en la mala…
-Si hombre, pida… y siga contando
-Bueno, Paula fue a tomar un café conmigo y lo pasamos muy bien. Nos volvimos a encontrar casi diariamente las dos semanas posteriores y finalmente se quedó a dormir en mi departamento, mintiéndoles a los viejos que se quedaba en casa de una amiga.
Todo iba bien hasta que una tarde, con gesto preocupado y voz temblorosa, me dijo que teníamos que hablar. Me asusté y cuando supe lo que pasaba entendí que realmente era para preocuparse. El padre de Paula trabajaba en la SIDE, era experto en tareas de inteligencia, participaba en agrupaciones políticas de extrema derecha y tenía estrecha relación con autoridades eclesiásticas. Si se enteraba de nuestra relación, ella y yo tendríamos problemas. Sobre todo yo, imagínese como se tomaría que el novio de su hija fuera un zurdito activista.
Paulita estaba desesperada. Creo que tenemos que cortarla…
- Y, sí Ramiro, si no la cortamos nos vamos a atragantar con semejante milanesa. Cortémosla y comamos el puré antes de que se enfríe…
-No, Prospitti, tenemos que cortarla me dijo Paula. Y se puso a llorar. El viejo iba a descubrirnos en cualquier momento y tenía miedo de lo que pudiera pasar. Yo me negué a que dejáramos de vernos, le dije que la amaba y que estaba dispuesto a cualquier cosa por ella. Si era necesario iría a enfrentarme con el viejo, no me importaba nada.
Paulita me besó y me dijo que ella tampoco quería dejarme, pero que no era el momento para enfrentar al padre. Si seguíamos con lo nuestro deberíamos hacerlo a escondidas y sin que nadie se entere.
La situación era difícil, porque en cuanto el tipo sospechara que la nena andaba en algo raro, no le faltarían medios para averiguar que estaba pasando.
Esa noche no pude dormir pensando en cómo podríamos hacer para que mis encuentros con Paula no fueran descubiertos. Pensaba y pensaba sin encontrar la solución hasta que, inesperadamente, se me ocurrió una idea genial: hagamos un alfabeto sólo para nosotros dos y comuniquémonos con notas que luego destruiremos. A la mañana, bien temprano, me fui a la facu a esperar a Paula. Apenas llegó le conté mi idea. Fijate, le dije, cambiamos cada letra de la palabra por la que le sigue en el abecedario. Por ejemplo, ¨te espero en el bar¨ sería ¨uf ftqfsp fñ fm cbs¨. Yo se que es complicadísimo, pero con el tiempo te vas a acostumbrar y podremos comunicarnos sin que nadie se entere…
La flaca me miró con una pena infinita. - ¡Mi amor!, me dijo, cuando mi papá y yo queríamos decirnos algo sin que mi mamá se entere hacíamos exactamente lo mismo. Yo tendría en esa época siete u ocho años…, no te olvides que mi viejo es experto en el tema. Tenemos que encontrar otra manera…
Todo lo que se nos ocurría nos parecía de resolución sencilla para un agente de inteligencia. Nos pasábamos las tardes buscando una alternativa. Finalmente decidimos que lo mejor sería inventarnos un idioma y así lo hicimos. Nuestro lenguaje consistía en asignarle a cada palabra un significado distinto. Pasamos casi cuatro años creando y aprendiendo el uso de este nuevo idioma.
Para nosotros casa se decía rostro, árbol se llamaba lunes, alto se dice nombre. Los pronombres, artículos y preposiciones se mantenían como los originales, al igual que los verbos ser y flotar. El color rojo se llama verde, el azul es naranja. Por supuesto, a la fruta llamada naranja no se la llamará azul sino azalea. Memorizar y acostumbrarse al uso de la nueva lengua fue una tarea ardua y aburrida, pero finalmente entendíamos que ¨El lunes es nombre¨ significaba ¨el árbol es alto¨ y ¨mi rostro es verde¨ correspondía a ¨mi casa es roja¨.
El padre de Paula nunca se enteró de nada, pero tal vez por algunos errores de interpretación que hicieron que uno entendiera ¨te espero en Moreno¨ en lugar de ¨te espero en Morón¨, o por lo tedioso que se volvía pasar meses enteros sin darnos siquiera un beso para preparar y estudiar nuestro idioma, o a lo mejor por las constantes discusiones que teníamos porque para mi habíamos acordado que ¨zapato¨ se decía ¨corchea¨ y ella aseguraba que decidimos llamarlo ¨mortero¨, lo cierto es que nuestra relación se fue desgastando hasta que finalmente dejamos de vernos. Yo no pude soportar la separación y me entregué al alcohol. Dejé la facultad, robé y fui pordiosero hasta que unos misioneros pertenecientes al grupo de los Postigos de Escobar me llevaron a alcohólicos anónimos y me ayudaron a reencausar mi vida. Ya no bebo, pero nunca pude formar una familia…
-¿Eso es todo? ¿Ya terminó?
-No, quisiera un flan mixto y un cafecito…
-No hombre, digo si terminó la historia. ¡Que pasó con Paula?
-Ella también quedó marcada. Conciente de que solamente alguien que la quisiera muchísimo sería capaz de hacer lo que yo había hecho para que estemos juntos, pasó un largo tiempo sola, hasta que conoció a un muchacho del que se enamoró. El le dijo que la quería, pero Paula le pidió que si de verdad la amaba, se lo demostrara estudiando mandarín. El tipo le dijo que si y estudió muchos años hasta que finalmente la dejó y se casó con la hija del dueño de un supermercado chino.
Pagué la cuenta, le di un apretón de manos a Ramiro y salí a la calle. Hacía frió. Prendí un cigarrillo y caminé hasta mi casa.
Antes de quedarme dormido intenté leer un artículo de una revista alemana. Hice el ejercicio de cambiar cada letra de la nota por la que le seguía en orden en el abecedario. Fue inútil. No entendí un carajo.